PUENTE DE LOS GITANOS

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En aquella parte de la ciudad toda¬vía quedaban muchos solares sin edificar, sitios donde jugar a sus anchas. Y luego estaba el Huerva, a dos calles de casa: desde el puente de los Gitanos hasta el túnel de Gran Vía para pasárselo bien. En verano, incluso se bañaban allí, en el río. Crecieron a su aire por aquellos descampados y se hicieron más salvajes; sobre todo, Roberto.
Fue a la escuela solo unos años, a una residencia de estudiantes que los jesuitas tenían en la avenida de Goya, casi frente de nuestra casa. Pero estudiar se le hacía demasiado grande y aquellos frailes se cansaron pronto de él. Lo suspendía todo y a la menor oportuni¬dad faltaba a clase o se escapaba. Aún así, consiguieron que aprendiera a leer y a escribir.