CITA
Página 102
Un mediodía, después del trabajo, mi padre apareció en la cocina con un trozo de papel en la mano. Son¬reía, aunque sin ganas, como si intentara hacer de tripas corazón. Traía unas señas apuntadas:
«Perpetuo Socorro, 13, 2.º centro».
La dirección de nuestra nueva casa.
El director nos la había conseguido mientras acaba¬ban los bloques de viviendas para funcionarios que iban a construir al lado del hospital, en una calle que estaba todavía por abrir, la que luego sería Doctor Fleming.
–En un par de meses, tres como mucho, empiezan las obras –dijo mi padre.
Estuvimos en aquel piso más de diez años.
No se parecía en nada a nuestra casa del hospital. Estaba en un edificio nuevo de cinco plantas y era luminoso y grande, con cuatro dormitorios y un come¬dor amplio. La zona de Sagasta siempre había sido de mucho postín y todavía quedaba mucha ciudad hasta el cementerio, así que no podía decirse que estuviera a las afueras, aunque sí lejos del hospital. Una de las facha¬das del edificio daba a la iglesia del Perpetuo Socorro, la otra a las vías del tren, que en aquel tramo de Goya estaban todavía sin cubrir y eran como una trinchera en mitad de la ciudad. Aunque era una segunda planta, cada vez que pasaba un tren se montaba un estruendo tremendo, retumbaban las paredes y temblaban la vajilla y los muebles.
–Vamos a salir todos de aquí con el baile de san Vito –decía mi madre.
lpa.
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