PLAZA DE TOROS DE LA MISERICORDIA

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Juan abrió los ojos lo más que pudo y miró a Paco de arriba abajo. Intento imaginarse a aquel hombre, delgado, de mirada afable y sonrisa candorosa, delante de un astado, vestido de luces y con montera hasta las orejas, y no pudo.

— Bueno, a decir verdad, fui banderillero. Toreé incluso en la plaza de la Misericordia, aquí en Zaragoza.
Juan seguía mirándolo e intentando imaginárselo en hábito de matador.
— Una vez. No puede decirse que tuviera demasiado éxito. He de admitir, señor, que, cuando salió el toro por la puerta de chiqueros, me eché a correr y me refugié en un burladero, en el del tendido tres para ser más exactos.
— ¿Y llegó a ponerle las banderillas al toro? —preguntó Juan, que había visto torear a Bombita e incluso a Ignacio Sánchez Mejías una vez que volvió a la capital para una reunión de jefes de estación de tren; concretamente, el día en el que el matador le brindó un toro a La Argentinita por primera vez.
— No, señor. No me atreví…