PLAZA ARAGÓN

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Lo que sí sé de la pobre Lola es que un día iba por la plaza de Aragón, cuando todavía tenía puerta y verjas, con un mantón sobre sus hombros, como solían llevarlo las mujeres trabajadoras. Trabajaba en la fábrica textil, igual que el resto de las hermanas. En el mantón llevaba un agujón, como lo llamaba mi abuela, uno de esos gigantescos alfileres con la cabeza del tamaño de una perla. Con eso se sujetaban los mantones, con eso y con la habilidad de las señoras. Según contaba mi abuela, se le acercó un desconocido y la tocó. No sé si le tocó el culo por encima de las faldas, enaguas y demás ropajes u otra parte de su casto cuerpo. Lo que explicaba mi abuela es que la pobre Lola cogió su agujón y se lo clavó al desconocido. No contaba dónde se lo clavó ni con qué resultado. La pobre Lola salió corriendo, con su honor inmaculado y el agujón sujetando de nuevo el manto