IGLESIA DE SAN GIL
C/ Don Jaime I nº 13

POSTALES COLOREADAS
Ana Alcolea
Editorial Contraseña, 2017

CITA

Página 213

Mercedes se había encontrado dos veces con Paco  en la calle, pero no les había dicho nada a ninguna de sus hemanas; tan solo se lo había contado a su amiga Carmina. La primera vez se había topado con el joven al volver una esquina de la calle Alfonso, muy cerca de su casa. Al parecer, el muchacho merodeaba por allí a ver si daba la casualidad de que Mercedes saliera de casa en aquel momento y se la encontrara, cosa que ocurrió. Mi abuela se puso muy colorada cuando se dio cuenta de que era él. Se dijeron cuatro frases inconexas e incompletas, que es lo que sucede en estos casos, y cada uno se fue por un lado. Mi abuela, al Mercado Central, donde tenía recado de comprar unos callos y unas cebollas, y Paco, a la plaza de los Sitios, donde vivían sus señores y donde tenía que entrar a trabajar veinte minutos después.  La segunda vez que se habían encontrado, Paco había contado con la complicidad de su hermana Carmina, aunque esta jurara y perjurara al día siguiente que no había tenido nada que ver con el asunto. Resultó que mi abuela le había contado a su amiga que ese domingo irían a oír misa a San Gil. No era aquella una práctica habitual en la familia, y por eso mismo se lo había comentado Mercedes a Carmina en la fábrica, en voz tan baja que esta apenas la oía debido al ruido de los telares.
—Pasado mañana Vamos toda la familia a misa.
—¿Y eso? —preguntó Carmina, que sabía que Mercedes no era de comunión diaria, al igual que ella y los suyos.
—Hoy hace un año que se murió la madre de mi madre, y se ha empeñado en que vayamos el domingo  a misa. Se ve que la pobre mujer era muy religiosa, y mi madre le prometió en el cementerio que iría a misa todos los aniversarios. Y, claro, quiere que la acompañemos.
—¿A qué hora es la misa en San Gil? -preguntó Carmina, ya con idea de decírselo a su hermano.
—A las doce.

(…)
Lola contemplaba también el altar, con las estatuas de los santos, con los ángeles regordetes, con las columnas doradas que los enmarcaban. Se preguntó por qué no iban más a menudo a la iglesia, con lo bonita que era, con todas aquellas caras pintadas que se miraban unas a otras con ojos de cristal. Su padre no quería que frecuentaran a los curas porque, según él, el pensamiento tenía que ser libre, pero, con el pensamiento libre, lo único que conseguían era tener una casa medio vacía. Qué diferente era aquella iglesia, en la que no quedaba un centímetro de pared libre de cuadros o esculturas. Hasta el órgano sonaba mucho mejor que el gramófono. Aquellos tubos por los que salía música en lugar del humo que brotaba de las chimeneas de los trenes llenaban la nave del templo con sus notas. Lola se sentía envuelta por la música. Respiraba hondo para aspirar el aroma del incienso, las melodías que venían del órgano  y aquellas palabras misteriosas que decía el cura en latín para que nadie las entendiera.

UBICACIÓN

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Iglesia de San Gil 41.652593, -0.879260 Iglesia de San Gil

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