CITA
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Los moribundos que alargan su muerte como un invitado pegajoso que no se entera de que sobra en la casa bajan un escalafón en el rango de agonizantes. En Zaragoza, eso significaba acabar en el Hospital Provincial, un edificio pequeño y abovedado en el centro, entre hoteles con fantasmas y plazas de héroes matafranceses. Los zaragozanos llevaban más de cinco siglos muriéndose bajo sus techos, y los ricos de la ciudad llevaban todo ese tiempo atiborrando de billetes el cepillo de la iglesia, para que al cura nunca le faltara incienso y el olor de tanto viejo pútrido no alcanzara las ventanas altas de sus palacios. La medicina moderna y la administración democrática y profesional del centro, que, en siglos más higiénicos, pasó a ser un hospital público del montón, no le quitaron su carácter de nave de los locos varada en tierra. José Molina cumplió el ciclo vital de un zaragozano de raza, crecido en el Gancho y muerto en el Provincial. Murió pobre donde van a morir los pobres…
UBICACIÓN
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